Análisis

Martin Urruty: Lorenzo Guerrero

Para Martin Urruty, la victoria de Lorenzo en Mugello fue la recompensa al esfuerzo del piloto y la disposición de la escudería para finalmente hermanarse.

Ganador, Jorge Lorenzo, Ducati Team

Foto de: Gold and Goose / Motorsport Images

Podio: ganador, Jorge Lorenzo, Ducati Team, segundo, Andrea Dovizioso, Ducati Team, tercero, Valentino Rossi, Yamaha Factory Racing
Podio: ganador, Jorge Lorenzo, Ducati Team, segundo, Andrea Dovizioso, Ducati Team, tercero, Valentino Rossi, Yamaha Factory Racing
Ganador, Jorge Lorenzo, Ducati Team
Segundo, Andrea Dovizioso, Ducati Team, Gigi Dall'Igna, Ducati Team General Manager, ganador, Jorge Lorenzo, Ducati Team
Jorge Lorenzo, Ducati Team

Jorge Lorenzo Guerrero. Jorge Lorenzo, guerrero. El primero es el nombre completo del hijo mayor de José Manuel Lorenzo y María Guerrero. La segunda sentencia ilustra una de las características del piloto palmesano, acaso la que lo llevó a ganar por primera vez con Ducati cuando su estadía con el equipo tiene fecha de vencimiento.

La bautismal victoria vestido de rojo no podría haber ocurrido en un lugar más emblemático, la célebre pista de Mugello, sede del Gran Premio de Italia.

Jorge Lorenzo Guerrero es, también, el título de un documental de casi una hora y media publicado casi tres años atrás, en el cual el mallorquín cuenta entre otras cosas cómo era la disciplina de aprendizaje y entrenamiento que cuando era niño le imponía Chicho, su padre.

Aquello lo marcó también cuando se convirtió en piloto profesional y ha resultado clave durante el año y medio de estadía que lleva en Borgo Panigale. Aún en los momentos más oscuros, por caso un par de carreras atrás, en Jerez de la Frontera, Lorenzo continuó trabajando para intentar vencer por primera vez con una moto que no fuese Yamaha, la marca que defendió durante nueve temporadas -¡ganó 44 carreras!- desde que en 2008 ascendió a la cilindrada mayor.

Si el diablo está en los detalles, la diferencia entre ganar y perder suele también habitar en minúsculos intersticios. Lorenzo no aprendió a manejar en Italia ni se animó a acelerar recién en Mugello.

Tampoco Ducati le dio al fin una moto vencedora que antes le hubiese negado. El multicampeón logró en la pista florentina acomodar de su lado cuanto es necesario para triunfar en MotoGP, que nunca es poco. Si no, basta con recordar que Marc Márquez, el cuádruple campeón que llegó a Florencia luego de tres victorias en fila, se cayó mientras seguía al mallorquín en el tercio inicial de competencia. O que Andrea Dovizioso, quien hasta arribar a Mugello era el único piloto que había sido capaz de triunfar con Ducati en casi dos años, no acertó con la elección de neumáticos, acabó a más de seis segundos del vencedor y estuvo a punto de perder el segundo lugar que terminó asegurando el primer doblete ducatista desde Malasia 2017, la ocasión en la que a Lorenzo le ordenaron desde boxes que dejara ganar a Dovi para que el italiano mantuviera hasta la última fecha sus opciones aritméticas de pelear el título con Marc Marquez.

Lorenzo ha hecho cuanto estuvo a su alcance y le permitió Ducati para mostrar que su valor se condice con los términos contractuales que al llegar a la fábrica italiana lo volvieron el corredor con mejor salario de la parrilla. Aquel piloto que diez años atrás irrumpió en MotoGP como compañero del consagrado Valentino Rossi en Yamaha y que se estrenó con pole position y ganó en su tercera carrera, el único compañero que le ha ganado títulos al Dottore, cambió primero su posición de manejo en el intento por adaptarse mejor a la Desmosedici.

Entonces pulió su técnica para usar el freno trasero, algo que casi nunca había tocado en la Yamaha pero esencial al manillar de la Ducati para que tanto la GP17 como la actual GP18 giren en curva. En el afán de ser tan competitivo como Dovizioso, modificó su estilo de conducción acostumbrándose a frenar a última hora haciendo derrapar la moto en lugar del prolijo y pulido paso por curva que había sido su sello durante los nueve años anteriores.

Estudió una y otra vez los datos de su rendimiento en pista comparándolos con los otros pilotos de la marca gracias a la política de apertura que gobierna esos boxes y trabajó en la electrónica. Cuando el modelo 2018, con distinta ergonomía, le impuso un nuevo reto, siguió sudando para acoplarse: pidió modificaciones en la forma del depósito de combustible porque la nueva posición no le permitía descansar los brazos como él acostumbraba, el manejo se volvía muy físico y así perdía fuerzas al cabo de media docena de vueltas. Además, modificó su plan de entrenamiento físico y volvió a retocar su estilo de pilotaje. Todo mientras desde afuera y desde adentro se ponían en duda sus aptitudes y se lanzaban hipótesis sobre el futuro, hoy definido que será fuera de Ducati.

Lejos de la casualidad, la victoria de Lorenzo en Mugello es la recompensa al descomunal esfuerzo hecho por el piloto y la disposición -según él tardía- de la escudería para hermanarse. Su futuro, dijo no bien bajó del podio, está echado y será fuera de Ducati: probablemente volverá a Yamaha con material de fábrica pero fuera del equipo oficial, una opción que pocas semanas atrás no prosperó para retener a Johann Zarco.

Más que un regreso al viejo amor, parece un salvataje colectivo -marca, patrocinadores y organización del Mundial- para retener en el campeonato a un activo extraordinario. Mientras tanto, Lorenzo cerrará su segundo año en Ducati como si fuera un amateur: el piloto con el mejor sueldo correrá lo que resta de la temporada por el orgullo de volver a ganar. Como aquel niño mallorquín que daba vuelta tras vuelta en un circuito improvisado con conos para perfeccionar la técnica de manejo, y que cuando se caía lo volvía a intentar.

Es Jorge Lorenzo. Guerrero.

 

 

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