La lección de vida de Nicky Hayden
El editor jefe de MotoGP de Motorsport.com analiza en un artículo de opinión la personalidad de Nicky Hayden, el piloto que era un buen chico y que nunca quiso dejar de serlo.
Foto de: Repsol Media
Es curioso que haya imágenes que se le queden a uno grabadas en la mente, que permanezcan allí, latentes, y que de repente un día cobren todo el sentido del mundo. En mi caso, una de las que nunca olvidaré la protagonizó Nicky Hayden dos horas después de haberse proclamado campeón del mundo de MotoGP. Para ser sincero, no me veo con autoridad moral como para relatar las maravillas que la mayoría cuenta de él y que con total seguridad son ciertas. Desgraciadamente para mi, nunca pude llegar a conocerle tan de cerca como para empaparme de toda esa energía positiva que indudablemente irradiaba. Sin embargo, esa escena de aquel domingo 29 de octubre, en Valencia, me dejó claro qué tipo de piloto era el #69.
Aquel fue un fin de semana de locos. Yo cubría el Mundial de MotoGP para El País y tenía una serie de entrevistas pactadas y distribuidas a lo largo de los tres días previos a la carrera. Como todo el mundo recordará, Valentino Rossi llegó a Cheste como líder del campeonato, después de que Dani Pedrosa se hubiera llevado puesto a Hayden dos semanas antes, en Portugal. Al margen de los ocho puntos que tenía Rossi a su favor, todo parecía alineado para que fuera él quien se llevara otra vez el título.
El jueves entrevisté al italiano, y el titular de aquella charla fue: “Hayden es demasiado correcto”. El viernes me tomé un café con Giacomo Agostini, que me dijo: “¿Cómo va a perder el título Valentino?”. Pues lo perdió, o más bien lo ganó alguien que en ningún momento tiró la toalla, un chaval de Kentucky que después de haber decidido respirar, masticar y comer encima de una moto, no iba a bajar los brazos hasta que la última opción de agarrar su sueño de siempre se desvaneciera. El desenlace de aquel gran premio es de sobra conocido, pero lo que seguramente no mucha gente se imagina es lo que Hayden hizo justo después, ya como campeón.
Me puse muy pesado y la gente de Repsol, siempre dispuesta a echar un cable, me ofreció un regalo impagable: entrevistar a Nicky al poco rato de bajarse del podio. El cuadro que me encontré al subir a ese motorhome no lo olvidaré nunca. Allí estaba el protagonista del día, sentado delante del televisor en una butaca y con su padre, Earl, al lado, volviendo a ver la carrera que acababa de disputar, con el mando a distancia en una mano y un plato de leche con cereales en la otra. Yo no daba crédito. ¿Esa era su forma de celebrar su primera corona y el haberse convertido en el primero en ser capaz de desbancar a Rossi? ¿En serio?
Como he dicho dicho antes, no tengo inputs suficientes como para reconfirmar toda esa bondad que proclaman de Hayden los que sí le tuvieron cerca; yo solo diré que parecía un buen tío, un chico sin maldad y todavía menos complejos, alguien que disfrutaba al máximo de la vida que había elegido, y un perfil de piloto que está bastante lejos del que estamos habituados a encontrarnos en el paddock. Y, eso sí, uno de los mayores currantes que he visto. El titular de aquella entrevista tan surrealista y fascinante fue una respuesta a Rossi y una lección para todos aquellos que se llenan la boca diciendo que para llegar a lo más alto hay que ser de una determinada manera: “Ser buen chico no me hace lento en la pista”.
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