"La firma de Petrucci", por Martín Urruty

Nuestro columnista relata cómo nació y se desarrolló el idilio de Danilo Petrucci con el motociclismo, consagrado con su victoria en el GP de Italia.

El ganador, Danilo Petrucci, Ducati Team

El ganador, Danilo Petrucci, Ducati Team

Gold and Goose / Motorsport Images

Nunca quiso ser otra cosa que piloto. Varias veces, incluso en los últimos años, se preguntó si valía la pena y hasta pensó en cambiar de actividad. Nacido, criado y residente en un pueblo del que salieron dos campeones mundiales, creyó que quizá nunca ganaría siquiera una carrera. Sin certeza sobre si tendrá trabajo en 2020, Danilo Carlo Petrucci recibió casi todas las respuestas el mismo día.

Ganó el Gran Premio de Italia en Mugello con una moto italiana, la Ducati GP19, luego de haber bordado una de sus más extraordinarias prestaciones en el Campeonato Mundial, y de pronto entendió que todo mereció el esfuerzo: los sacrificios familiares para que pudiera correr, los sinsabores en sus primeros años en MotoGP, la silenciosa tarea como probador, los siete años que tardó en llegar a una escudería de fábrica, y los cambios de vida y entrenamiento encarados con el fin de encajar como piloto oficial para aprovechar la oportunidad concedida por la casa de Borgo Panigale, que le firmó un contrato de un año todavía pendiente de renovación.

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Terni, una ciudad que hoy cuenta con algo más de 100 mil habitantes en Umbria, centro de Italia, y que resultó destruida durante la Segunda Guerra, dio dos campeones mundiales: Libero Liberati, quien se consagró en 1957 en 500 cc. con Gilera, y Paolo Pileri, monarca 1975 de 125 con Morbidelli.

Allí nació Petrucci el 24 de octubre de 1990. Cuando tenía cuatro años, recibió una moto de regalo -de su papá, también llamado Danilo- y descubrió que nada más le interesaba. Sin embargo, nunca le resultó fácil correr. Aún recuerda las charlas de fin de año en las que sus padres y Francesco, su hermano, se preguntaban qué harían para que Danilo pudiera seguir compitiendo en la siguiente temporada.

Petrucci no subió por la habitual escalera mundialista. No corrió en 125 cc. ni en Moto3 y tampoco pasó por Moto2. Después de haber ganado el campeonato italiano de Superstock y la Copa FIM de Superstock 1000 en 2011, al entonces probador de Ducati para el proyecto de Superbike se le abrió la oportunidad de subir a MotoGP con una CRT, aquella subcategoría que permitía combinar chasis y motores con leves mejoras creada para engordar la grilla e impulsar la participación de más fabricantes. Sin embargo, el proyecto Ioda arrancó como un suplicio porque la moto y el equipo no estaban a la altura de la exigencia del Mundial.

Aunque repuntó un poco en el segundo año, Petrux llegó a pensar en dejar la velocidad para dedicarse al enduro, una especialidad que también le gusta. Sin embargo, las 11 competencias con puntos apuntalaron su llegada al equipo Pramac y supo lucirse en el caótico Gran Premio británico de 2015, marcado por la lluvia en Silverstone, donde subió por primera vez al podio: segundo detrás de su ídolo Valentino Rossi.

Una lesión en pretemporada lo obligó a faltar a las primeras cuatro carreras de 2016. Al año siguiente, cada vez más afianzado en su rol de colaborador de Ducati, a menudo encargado de probar piezas que en caso de entregar mejoras luego eran pasadas a las motos de Andrea Dovizioso y Jorge Lorenzo, subió a cuatro podios.

Cuando un año atrás el jefe Claudio Domenicali apuró la decisión de no renovar el millonario contrato del español, Petrux fue la opción más a mano, bajo costo y de la casa para cubrir la vacante. Cumplía con todos los requisitos: italiano sin rango de estrella, conocía la moto, el equipo y la modalidad de trabajo, no sería una molestia para Dovi sino una ayuda, y permitía achicar drásticamente el dinero destinado a los corredores -trascendió que su sueldo básico no difiere demasiado de lo que cobraba cuando estaba en Pramac-. Sin embargo, le ofrecieron un convenio de sólo una temporada mientras el australiano Jack Miller, quien ocupa su antiguo rol en la escuadra satélite, apura por ese sillín para 2020.

Petrucci, quien pese a su talla -1,81 metro- ya había bajado unos kilos para que su masa corporal se hermanara mejor con la moto y exigiera menos al neumático trasero, se sometió a nuevos rigores no bien terminó la temporada 2018. Se unió a Dovizioso, su nuevo compañero, y le copió todo: la preparación física, el entrenamiento -luego de la muerte de Nicky Hayden decidió abandonar el ciclismo en ruta y practica más en la montaña-, la nutrición y el trabajo psicológico que lo ayuda a separar sus facetas para que el resultado de una carrera no afecte tanto como antes su vida personal. Por eso no tuvo reparos en dedicarle públicamente a su compañero el triunfo en la Toscana. Petrux aseguró que en el invierno europeo Dovi lo había adoptado casi como un hermano menor. 

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Su apuesta a la victoria en Mugello incluyó todo: velocidad, ritmo, planificación y precisa ejecución para aprovechar cada oportunidad. Cuando Marc Márquez se lanzó en San Donato al entrar en la última vuelta, perdió el vértice de la curva por unos centímetros y Dovi intentó aprovecharlo, Petrucci también hizo su movida. Fue arriesgada porque dejó a su compañero atrapado como jamón del sandwich -por lo que se disculpó al final- y Márquez alcanzó a recuperarse para tomar el segundo lugar. Esa determinación y la estupenda gestión en los cinco kilómetros restantes hasta la bandera de cuadros lo llevaron por primera vez a la victoria en 124 carreras y acaso le hayan asegurado una prórroga de contrato como piloto oficial. El piloto de la tierra de campeones ahora es también ganador.

Como pocas veces, todo el paddock se alegró por el triunfo de Petrucci, ese italiano grandote de sonrisa bonachona y tupidas patillas. Tiempo atrás, cuando luchaba con la lenta y endeble CRT, estaba cerca de anotar puntos pese a que corría con el cambio roto hasta que otro piloto lo tiró en la última vuelta. Terminada aquella carrera, unos niños cazadores de autógrafos se le acercaron para que les firmara y le preguntaron si era el que se había caído en el giro final. Ante la respuesta afirmativa del piloto, le dijeron que ya no querían su autógrafo. Nueve años después, Petrux firmó su mejor última vuelta en MotoGP.

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