'Entretener para sobrevivir', por Adrián Puente
La tecnología aplicada a la reglas, tal vez esté saltando una frontera imprudente, donde ya nadie sabe si puede gritar espontáneamente un gol, o celebrar un sobrepaso sin antes pasar por la rigidez de este “Ojo de Halcón” que sobrevuela varios ámbitos.
Foto de: Andy Hone / Motorsport Images
Paul Ricard fue el equivalente a un 0-0 técnicamente bien jugado de la Copa América de futbol. Un coche intachable y un piloto indiscutible. Una categoría del automovilismo, que ante cualquier contingencia se apoya en la tecnología. Algo fuera de los límites, puede ser revisado una y mil veces, para castrar de espectacularidad lo poco que tuvo la carrera, caso Ricciardo. Algo así como el VAR, ante un gol de Coutinho para Brasil-Venezuela.
Lo que se da en llamar la “industria del entretenimiento” donde el deporte tiene un rol esencial, hoy demanda un fuerte debate. La tecnología aplicada a la reglas, tal vez esté saltando una frontera imprudente, donde ya nadie sabe si puede gritar espontáneamente un gol, o celebrar un sobrepaso sin antes pasar por la rigidez de este “Ojo de Halcón” que sobrevuela varios ámbitos. Hasta aquí lo bemoles de parámetros comunes a todos los deportes.
Especialmente en la F1, la tecnología hace a la diferencia. Gana el que mejor la desarrolla en base a los más altos presupuestos, o aquél que mejor la interpreta. Y hasta tanto no se golpea el reglamento, el dominio pasa a la categoría de abrumador e insostenible. La industria del entretenimiento se transforma en un somnífero para un paciente terapéutico. La F1, entre otros, representa con sus matices propios, algo de esto.
No sería justo dejarse llevar por la apatía de Francia. El problema es que ya no hay segunda opción por el primer puesto. Es Hamilton ó Hamilton. Bottas, Leclerc, Verstappen y Vettel están agonizando en sus intentos por llegar. Situaciones distintas pero redundantes al fin. Todas terminan en la victoria del británico. Allí radica la peor valoración competitiva para la F1 de este año.
Ante la pregunta de “que hacer”, la respuesta es reglamentaria. Si el interrogante es como recuperar lo que hizo grande a la categoría, hay que mirar las matrices de su pasado de gloria. Volver atrás nunca, pero reinterpretar ese pasado para migrar con lo mejor hacia este presente, donde casi todos sin discusión, dicen aburrirse. Bases más flexibles, desarrollos estandarizados, un nuevo esquema de penalizaciones, y más libertad en carrera, despojando de histerias a un tribunal que llena de burocracia el desarrollo y la definición de una competencia.
Muchas veces se le puso un acta de defunción a la F1. En el 88, cuando McLaren corría sólo; en el 92, cuando Williams hacía lo propio; en el 2004 cuando Ferrari aplastaba a sus rivales. Este 2019, representa el año más monótono desde el comienzo de la era híbrida. Mercedes ganó todas las carreras, y Hamilton más de la mitad. Los autos tienen menos aerodinámica, los compuestos de los neumáticos son diferentes, pero todo afecta a todos, menos al equipo alemán, que se sobre adapta a los cambios de una manera rotunda.
Se conocen las soluciones, pero se ponen reparos en los costos de aplicación. La discusión sobre 2021 se empantana en los intereses de los grandes. De este modo, lo que parece simple, muta hacia un lugar donde todos pierden, los ricos y los pobres. Así es que el gran circo, debe oponer resistencia frecuentemente, a las opiniones que dicen con razón, “la F1 está cada vez más aburrida”.
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