Análisis

¡A Mil Por Hora! Tremendos…y no se les olvida jamás

Para entender a fondo la idolatría por la cual son objeto los grandes pilotos hay que remontarse a la esencia de la competición.

Pedro y Ricardo Rodríguez en Le Mans, hablan con Eugenio Dragoni, manager de Ferrari. Pedro ve a la

Foto de: Ford Motor Company

Para entender a fondo la idolatría por la cual son objeto los grandes pilotos hay que remontarse a la esencia de la competición. A la parte nuclear, de eso, velado, que encierra el enfrentamiento entre dos seres que se apreciarán por calificarse dentro de los que son más capaces. En casi todas las especies del reino animal hay ejemplos que lo evidencian. Por más que el ser humano se quiera asumir como el centro de lo existente, no puede eludir su matriz, que lo hace parte de esta sujeción a la natura.

Para los hombres más brillantes, hasta de quienes parecen tener menos atributos está escrita la consigna vital implacable: nacer, crecer, reproducirse y marcharse de aquí, para siempre. Igual que al resto de cada ser vivo. Más adentro del enigmático ADN, se lleva el tatuaje de la mortalidad. Aunque parezca un ser, en apariencia superior, el hombre es zoológicamente un Homo Sapiens. 

Sin trazas de duda, en efecto, hay unos más sapientes que otros. Pero todos: “Homo”.

Sin perder tiempo en clasificar las diversas categorías del valor de cada espécimen: hay que ir al grano. Los deportistas, empezando por Filípedes (Φιλιππίδης) de quien el historiador Herodoto (484-425 a, C) da cuenta, extendiendo la constancia de que recorrió los doscientos y tantos kilómetros que separaban a Maratón de Atenas. Para hacer que se recuerde que en Maratón, fue donde se iba a dar la guerra brutal entre persas y los atenienses. El quid, es que se trataba de dar la noticia de la retirada de las fuerzas de Persia. Muy bueno para los de Atenas.

Lo que la historia y las invenciones destacan al fin de cuentos: ha sido el heroísmo y la resistencia del corredor. Su pericia impar. Para concretar lo increíble…

De seguro desde mucho tiempo antes, ya hubo otras clases de enfrentamientos entre los dos hombres con mejores atributos: saltando, en lucha a puñetazos o en una carrera con los pies alados. Porque en el fondo del comportamiento, siempre hay resortes que impelen a que las cosas sucedan. En los momentos de mayor exigencia hormonal, las hembras, quieren reconocer y encontrar al macho ideal para dar continuación a la prole. Esa explicación tan cierta, y tan íntima es la cual permite reconocer al macho alfa.

Al paradigma, al ejemplar más perfecto: se lo ha traído hasta la civilización actual por medio de muchas representaciones –algunas más exquisitas, es cierto– una de ellas es, por parte de los deportistas excelsos. No debe de extrañar que en la fenomenología del juego se los admire, más que a los hombres justos, que a los trabajadores, que a los estudiosos… 

De entre toda clase de las disciplinas deportivas, se ha querido destacar al automovilismo deportivo y ya dentro de él, a la Fórmula 1. Por esa razón tan explicable. Que está basada en una trama del arte tecnológico sublimado: pero bien que requiere y demanda del sujeto, que ha de tripular los prodigios que los científicos, los técnicos y los mecánicos discurren. Y ése, tiene que ser excepcional para sobresalir por encima del resto.

A un piloto de tal categoría, desde siempre, se lo ha distinguido, porque las carreras: gracias a los escenarios de privilegio, a los corrillos y a sus aromas llenos de glamour: los hacen destacar más que a cualquier otro competidor, de la liga o asociación que se quiera.

Y es explicable el por qué.

Muy pocos seres humanos podrán saltar con una garrocha o pértiga; es mínimo el número de privilegiados que jueguen muy bien al polo, o que sepan tocar con los floretes de la esgrima a sus contrincantes. Se puede imaginar que para llevar a cabo un partido de futbol: necesita reunirse a otros 21 acomedidos, al árbitro y a los de las banderas.

En cambio, un auto casi todo mundo lo maneja. De modo que se comprende muy fácil, a quien lo hace con pericia y temeridad.

La mayoría de los planetarios de hoy, saben lo que es conducir o viajar en un coche. Cuando éste es descapotable, ya tiene otra connotación especial. Si es rojo y es Ferrari, ni se diga…

Lo interesante de este fenómeno es lo bien que se lo entiende y se lo asume, casi como si fuera propio. Quien triunfa sobre un auto emblemático, es un símbolo de la imbatibilidad; quien logra derrotarlo, es aquel paradigma que no se discute.

Si al final de la carrera, se sube a lo más alto del podio y desde ahí se escancia espuma blanca sobre los rivales y por encima de quienes los vitorean: está dicho todo. El símbolo ha determinado al contenido. El éxtasis, llegó a su culminación…

Por eso las mujeres los adoran y los hombres, los quieren imitar. No hay nada de esotérico en ello. Se trata de la victoria y ella, es una mujer. Se la ha de conquistar y poseerla, mediante algo tan viril como una forma alargada como la del bólido de F Uno. Fálica (Freud, Dixit).

Algo que no todos tienen la aptitud de conseguir. A lo que hay que añadir, que se vuelven personajes a quienes llena de lisonjas la sociedad entera. A casi todo ser, le atrae estar cerca de uno de estos monstruos mediáticos.

Quienes por si fuera poco, ganan dinero a carretadas. Son más que famosos, y populares. Se los busca y se les paga, para que sean la figura afectiva de los productos más codiciados. El fervor está servido. La idolatría sigue bien viva en plena civilización del siglo XXI.   

 

LOS DE VERDAD JÓVENES, MUEREN JÓVENES 

Suena cruel, pero resulta ser cierto. Los viejos son capaces de reunir todas las cualidades que se quiera, y al final, acaban por causar pena. Podrán ser sabios, pero abruman.

 

Los jóvenes representan la lozanía, la belleza, la fuerza. Y cuando se interrumpe su paso por la vida, se lo considera un verdadero caso contra natura; porque se supone que deben de morir antes, quienes tienen más edad. Nada más quien ha perdido un hijo, entiende a cabalidad esta tragedia.

En la historia del mundo e incluso gracias a la mitología, se abunda en vidas ejemplares que fueron segadas precozmente. Tal vez uno de los más famosos sea el tío Abel en cuyo final, participó una quijada de burro y la mano fratricida del tío Caín. Los casos de la desaparición de las almas jóvenes no tiene fin. Y los griegos antiguos le encontraban una razón muy simple y profunda: los dioses se regocijan llevando junto a ellos, a los cuerpos en plenitud y a las mentes con las visiones más optimistas. Ay, Julieta. Ay, Romeo.

Habrá que hacer la distinción de cuando un incidente se atraviesa en el porvenir de una persona todavía tierna, a cuando ésta, se ofrenda por una causa. Una cosa es, la desgracia inesperada y otra bien distinta: la inmolación. Sin duda, anteponer a la vida misma el adiós por una creencia o por el amor a un símbolo –como el de la patria– no carece de grandes méritos y por ello, se los eleva a los santorales.

En otro tenor bien distinto, están los deportistas o los obsesos que se sacrifican por superarse a sí. Esos que quieren realizar lo impensable, lo que es imposible para todos. Traspasar los límites de lo posible para el humano.

Por esto, es que se considera una gesta infinita y universal lo hecho por Filípides: morir en la tentativa. Cuando bien que podría haber tomado las cosas con cierta calma, o procurar unos descansos, para llegar a su cometido poco más tarde; tal vez, pasar la estafeta a un colega. Pero no. Hay para quienes exceder las fronteras de lo alcanzable, es igual a su razón de vida. Y entonces, dejan de tenerla sin ningún temor. Hay infinidad de héroes, que si pudieran, repetirían su hazaña mil veces. Imagine al Cid Campeador, peleando ya sin aliento. Seguiría y su caballo Babieca, también.

Cuando se hace un recorrido por la vida y milagros de los corredores de los torneos mundiales de la F1, por somero que sea: se trata de poner aparte, como en un lecho de oro, a aquellos pilotos que han terminado con sus días a bordo de un auto de carreras.

Cuanto más jóvenes y más prometedores, más asombroso resulta que se embarquen a lo desconocido tan indiferentes, tan campantes, en ese viaje sin retorno hacia la nada.

Dos de ellos, al menos, cimbraron las estructuras de las leyendas en las carreras de la Fórmula 1, de manera muy íntima: uno, el mexicano Ricardo Rodríguez en 1962 y no hace tanto, Jules Bianchi. Corredores que eran iguales a todos. Pero, abismalmente diferentes. Por su aura. Porque la gente apreciaba en ellos que estaban en este asunto y en este mundo: sólo para grandes proezas.

Lo dicho, no quita un ápice a la importancia de otros volantes que ofrendaron sus anhelos en una pista también, aún sin ser tan afamados; ni tampoco, a quienes se retiraron tan campantes e ilesos y, fallecieron con sus huesos viejos.

Otros más, quienes murieron por accidentes ajenos a la competición maestra: Graham Hill en su avioneta, como fue lo de José Carlos Pace. O Didier Pironí en una lancha rápida; tal vez, en una categoría de competición inferior tal cual les ocurrió a Jim Clark, y a Pedro Rodríguez o incluso, a Michele Alboreto.

 En cambio, Clay Regazzonni y Andrea de Cesaris perdieron en accidentes sobre un vehículo, que ni siquiera fue el de una competición oficial. Cosas de la vida,

Cada cual que se ha marchado, tiene su peso específico. Pero los protagonistas de una conflagración personal sobre un misil llamado de Fórmula 1, han escrito con otro color las páginas de la historia de este deporte.

Lo que quiere este recorrido mini biográfico, es destacar a los que Per Sé, son los mayores por la resonancia con sus tragedias y la desazón que dejaron, como estela sin fin. Algunos de ellos, inclinaron a ciertos aficionados a que no quisieran saber más de la Fórmula, jamás.

Lo cierto es que, sin remedio alguno, la afición, lo más fiel de ella: se ha encargado de hacerlos inmortales. Una cosa es expirar y otra diametralmente opuesta, hacerlo con “el mono” –el Nómex– puesto.   

 

RICARDO “EL CHAMACO”

Ni con una agenda celestial en las manos de un mago se podría haber citado a Ricardo Rodríguez de la Vega a su velorio (14 de febrero de 1942. México-1 de noviembre de 1962. Méx.). Precisamente, un día dos de noviembre. En esa agridulce jornada del festín más siniestro de la mexicanidad que también reviste su belleza: es cuando se honra desmesuradamente, se celebra y se agasaja a las ánimas. Una fecha en la cual, se le hace un ágape multitudinario –y nacional– a los difuntos.

Ricardo venía como centella precedido con un aliento de imbatibilidad en las pistas mexicanas. Era un chico –chamaco, se le dice en mexicano puro– y no hubo forma de ganarle, en cuanta categoría menor se presentó por las diversas pistas del país, porque era como jabalina endiablada. Espectacular. Además, con una seriedad de gigante en el rostro y un carisma que desasosegaba a las niñas bonitas y a los espectadores que iban a las carreras en las cuales él participaba. Ídolo  nato.

Su familia, muy aficionada a los asuntos de la velocidad, fue la plataforma de lanzamiento que hizo todo lo posible para llevarlo, precozmente, a debutar en la Fórmula Uno. México deliraba, porque se tenía una idea muy clara a cuáles figurones se iba a enfrentar. Varios de ellos, llegaron al país para jugar las Carreras Panamericanas, de 1952 a 1954.

Se extrañaba. Y más que eso, se deliraba por tener un corredor de magnitudes inabarcables. Nadie pensó, que la historia terminaría con un luto que todavía no se retira del todo. La apuesta estaba echada. RR iba a ser un monstruo que devoraría todo el asfalto que le pusieran por enfrente.

El fin de semana de su debut fue el de la fascinación. La seducción absoluta. En las pruebas de calificación para ordenar la parrilla de largada –en Monza– regaló a su fanaticada una sorpresa apabullante. No era una baba de perico.

Ni siquiera se lo esperaba de él Enzo Ferrari quien había puesto a su disposición una butaca. Lo acompañaba una alineación de antología en ese equipo: Phil Hill, Lorenzo Bandini, Giancarlo Baghetti y Willy Mairesse.

Los cronos marcados dejaron atónitos a los expertos, aquel 15 de septiembre de 1962: Mairesse 102.80 seg; Ricardo 103.10; Phil 103.40; Bandini 104.30 y, Baghetti 104.40 segundos.

El primero en no entender lo que ocurría era, don Enzo. Sus cinco coches eran iguales y el reglaje idéntico. El norteamericano P. Hill era el campeón en funciones. Ninguno de los coequiperos se caracterizaba por ser hueso blando para roer. Tan fácil como, que Rodríguez, era excepcional.

Sus registros no dejan ver los ensueños que produjo: sólo 5 GP oficiales y dos más de exhibición. En el que se encontró con la muerte, fue en el de México; que claro, no contaba oficialmente. Incluso ocurrió con un Lotus prestado, porque Ferrari no quiso llevar sus autos a una carrera que no daba puntos.

También compartió garaje con: Richie Ginther, Wolfgang von Trips y Maurice Trintignant. Recogió sólo cuatro unidades: tres en Spa y una en el NurburgRing. Llegó a dar 196 giros en total y a completar los 1,592 kilómetros rodando.

 

RONNIE PETERSON

(14 de febrero de 1944. Orebro, Suecia-11 de septiembre de 1978. Milán. Por una embolia derivada de su accidente en el GP italiano de esa temporada). Los colegas de su tiempo nunca acabaron de entender por qué no fue campeón mundial, era el más completo de entre ellos. Muy veloz y atrevido hasta la temeridad.

Conductor fenomenal, cuyos desaciertos para hacer cambios y pasar de un equipo a otro, en los momentos equivocados; apenas son comprensibles, porque en ese tiempo era muy diferente al de ahora. Los contratos de medio y largo plazo no existían. Se pilotaba donde se podía y los patrones de los equipos tomaban al conductor que les quedaba más a la mano. Sin demasiados protocolos previos. 

Ronnie supervivió nueve temporadas hasta llegar a 123 largadas al servicio de: Lotus en 59 ocasiones, con March 47 y 17, para Tyrrell. Llegó a 10 victorias (8.13%); 14 PolePositions (11.38%); nueve vueltas + rápidas (7.32%) y 26 podios (21.14%). Jugó 18 GP fuera de los campeonatos mundiales.

Logró 206 puntos. Con 707 Laps liderando. Y un gran total de 5,725 giros en competición, para sumar 26,759 kilómetros corriendo muy veloz. Fue subcampeón en 1971 y en 1978, el tercero en 1973. Suecia, nunca dio un piloto tan grandioso.

En el fin de semana en el que se accidentó, en Monza el 10 de septiembre de 1978 –en la justa número 311 de la historia– había salido en busca del campeonato mundial. Su accidente, sin terminar siquiera el primer giro es inolvidable, porque James Hunt y Clay Regazzoni lo extrajeron de su Lotus, en llamas. A la postre se coronó su colega de equipo, Mario Andretti.

Su destino estaba marcado con una raya de las que no se traspasan, nunca. El día previo, dañó su auto y no le pudieron adaptar uno que estaba de “muleto”, con la butaca en la cabina, y los pedales, al tamaño de Andretti que era mucho más bajo. Lo hicieron entonces, disponer de un Lotus viejo, que apenas tuvieron el tiempo de limpiar.

A la salida de La Curva Grande: se tocaron fuerte Hunt y Peterson, se encimó enseguida toda la melé detrás de ellos, compuesta por parte de la jauría: Riccardo Patrese, Vittorio Brambilla, Hans-Joachim Stuck, Patrick Depailler, Didier Pironí, Derek Daly, Clay Regazzoni y Brett Lunger. Un día después, fallecía en un hospital de Milán, con más de 20 fracturas en los huesos, cuyas secuelas lo catapultaron a la gravedad.  Y sanseacabó.

 

GILLES

Joseph Gilles Henrí Villeneuve (18 de enero de 1950. Saint-Jean-sur-Richelieu, Canadá-8 de mayo de 1982. Zolder, Bélgica. En los ensayos para el GP). Sólo a Dino su hijo, Enzo Ferrari lloró tanto. Veía en Gilles un talento deslumbrante, que haría de sus autos un emporio de triunfos y de alegrías. Porque era sencillamente, fenomenal.

Capaz de tomar cualquier riesgo y de atacar con el cuchillo entre los dientes a los rivales, sin considerar en lo más mínimo la importancia que tuvieran. Era querido en todo el Paddock porque era simpático; pero se lo temía en partes iguales, ya que su ferocidad sobre los trazados no tenía parangón. La manera espectacular de presionar a quien iba por delante de él; sus rebases y, el atrevimiento en sus maniobras: le ganaron miles de adeptos incondicionales.

En Canadá, diseñaron y construyeron el circuito nuevo en Montreal, porque confiaban ciegamente en la afición que iba a detonar Villeneuve. Y así fue: ganó la primera edición en 1978 en un Ferrari. En 1979, fue subcampeón.

Los detalles de su muerte en Zolder, son casi un lugar común: estaba enfurecido contra Pironí que rompía los pactos interescuadras y: en las Qualys, aquel sábado fatal del 8 de mayo: quiso superar a su coequipero y con las prisas, se encimó contra la parte trasera del March de Jochen Mass, enllantó y salió volando el Ferrari.

La butaca se desprendió de la cabina y Gilles quedó inerte para siempre, fuera del auto y de la pista. Tenía el cuello roto. Un accidente desgarrador en el cual, él, venía con un pésimo sabor de boca por las riñas. Se hizo todo lo posible por revivirlo, pero fue imposible y murió esa noche en el hospital de la Universidad de San Rafael.    

Cultivó una hoja de servicios con 67 largadas en seis años de actividad: al servicio de McLaren en una carrera y las demás, con Maranello. 6 triunfos (8.96%); 2 PP (2.99%); 8 vueltas + rápidas (11.94%) y 13 podios (19.40%). Dos GP de exhibición.

Gran total de 107 puntos. 534 giros a la cabeza. 3,283 Laps en suma, esto es: 15,194 Km.

 

ELIO DE ANGELIS 

(26 de marzo de 1958. Roma-15 de mayo de 1986. Marsella. Ensayando en Le Castellet un Brabham). La finura en persona. Difícil encontrar paralelo con otro piloto cuyas características para manejar, fueran tan extraordinarias. De una sensibilidad sobre desarrollada, que encontraba los puntos de referencia en la pista y discurría con gran instinto las trayectorias más perfectas muy pronto. No conducía con el volante, sino con un teodolito.

Senna no ahorró nada al definirlo: “Elio fue mi más grande maestro. Un ser muy bondadoso”. 

Estuvo presente en 8 temporadas para ajustar hasta 108 salidas. Aparte de con Senna, compartió Pits con Andretti, Nigel Mansell, Patrese, Roberto Moreno y Geoff Less. En Lotus 90 veces; en Shadow 14 y cuatro, con Brabham.

Sólo dos victorias (1.85%): en 1982 en el OsterreichRing y en 1985 en Ímola (GP de San Marino). Tres PolePositions (2.78%); 9 podios (8.33%); cuatro carreras no computables para los torneos mundiales. 122 puntos. 28 Laps en la punta y, 22,053 kilómetros sobre el asfalto, igual a 4,753 vueltas, hecho la raya.

 

AYRTON SENNA

(21 de marzo de 1960, Sao Paulo-1 de mayo de 1994. Ímola. Durante el GP de San Marino). “El No Hay Otro”. El Mágico. El tipo más bueno y carismático que jamás vieron las pistas de automóviles de carreras. Porque parecía, que nunca le dijeron en donde estaba el pedal del freno en sus coches y que le amarraban la pata derecha al acelerador. Con un hambre de victorias, como no se ha visto ni siquiera en otras actividades lúdicas. Y un amante natural de la perfección en el manejo, particularmente con pistas mojadas. Brasil que es grande y generoso: nunca tuvo una figura más enorme y más amada; ni en el deporte, ni en el arte, y menos en la política.

Un caso de verdad patológico con la vocación más decisiva por andar a toda prisa. Señorón en la pista y tipazo como amigo. Campeón mundial en: 1988, 1990 y 1991. Es el más típico de los fenómenos, en los que se da la tonta ocurrencia del “hubiera”… Porque en su momento culminante, Frank Williams con Adrián Newey habían logrado una nave maravillosa, equipada con maquinaria de Renault y gomas de GoodYear, que después permitió coronarse a otros.

161 arrancadas en 11 años. 10 colegas. Desde luego, de Angelis, y claro: Alain Prost su enorme rival. También Gerhard Berger, tal vez, su mejor amigo. Y: Johnny Cecotto, Stefan Johansson, Johnny Dumfries, Satoru Nakajima, Michael Andretti, Mika Hakkinen y Damon Hill.

Le dio vida y satisfacciones impensables a Toleman con 14 GP; a Lotus con 48; a McLaren con los años, entre los más ricos de todos los tiempos, y 96 GP muchos de apoteosis. Y con Williams, sólo 4 carreras. Una cuestión fatal, de la más absurda fatalidad.

Se hizo con 41 triunfos (25.47%); 65 PP (40.37%); 19 vtas. + rápidas (11.80%): 80 podios (49.69% uno sí y otro no, en cada dos largadas). Para un total de 614 puntos. 3.81 por cada GP. 2,931 giros haciendo punta. 8,219 vueltas dadas y 37, 933 kilómetros andados bien prendido.

 

JULES BIANCHI

(3 de agosto de 1989. Niza-17 de julio de 2015. Francia. Accidentado en Suzuka en 2014, durante el GP japonés). Se dice que es la víctima más reciente de un desacierto dentro de una carrera de Fórmula 1. No es del todo verdad.

Errores, es muy posible que sí que se hayan cometido, para que su desaguisado ocurriera… Pero las carreras de autos, en especial de la F1, son lo más cercano a ultrapasar los límites de la lógica. No ocurren con más frecuencia, por las habilidades tan desarrolladas en este deporte por cada uno de los especialistas. Y dado la reglamentación esquizofrénica que tanto se critica.

Jules era la esperanza francesa de tener otro grande del pilotaje. Las características que poseyó parecían las idóneas. Y eso, que trabajaba en un equipo “de tercera división” con un coche hasta 100 caballos menos poderoso que el resto. Por lo mismo es, que un piloto se tiene que medir, más allá del material que se le da.

Ni Virgin, ni Marussia, ni Manor: han podido sacarle algo a sus diversas configuraciones. Solamente un conductor que quedara muy por encima de la nave, lo iría a hacer. En Montecarlo en el GP de 2014, de manera por demás celestial: obtuvo los dos únicos puntos que se ha conseguido con esos carcamales, desde 2010 a la fecha. 

Eso ha sido todo su mérito. Se sabía que era un piloto que preparaba con todo celo Ferrari. Y la fortuna, se sobrepuso a los presupuestos más sesudos de los hombres. Por eso: es un punto de dar vergüenza ajena, cuando alguien que se dice conocedor habla de una carrera que estuvo aburrida. Más bien, es que no se sabe mirar al detalle cada situación y cada ocurrencia.

La pista empapada, la lluvia cayendo como si fuera idiota. Las banderas ondeando. A las más baja velocidad posible: y se mata un piloto francés. El hecho de que fueran meses, los que estuvo en coma, no reduce en nada el peligro que entraña pasar en el momento equivocado, por el lugar que no había que transitar. Lo de la grúa en movimiento, es parte mínima de la anécdota.

Los padres que animan a sus hijos a ser pilotos, los amigos que los apoyan, los patrocinadores quienes auxilian y, todo el tinglado más su parafernalia: preparan la trampa mortal. No hay nadie a quien reclamar: #todos somos Bianchi. Nunca mejor dicho   

Como es natural, se puede seguir la historia de todos los pilotos de F1 que están ausentes, de lo que se trató es: de destacar a los más precoces a partir de que prometían una y mil hazañas, que la afición ha vuelto fantasías. Leyenda. Todo, a partir de un talento, que era también una honda especulación (de espejo, desde luego). 

Tremendo, es un adjetivo pariente de temblor. Se tiembla por el frío, por el miedo o por la emoción. También, por todo ello al unísono. Ha habido volantes que nos han dejado pruebas patéticas de ello.

Senna en plenitud de habilidades se marcha a los 34 años. Peterson con la misma edad. Villeneuve contando 32. De Angelis, a poco de cumplir 28. Bianchi quien llegaba a los 25 años y Ricardo, con sólo 20; el niño héroe mexicano ¡Salve señores!

 No queda para dónde hacerse. El porvenir aguarda por cada uno. Sin excepción.

 El último en salir, por favor que agite la bandera a cuadros blancos y negros.

Muy amigable mente,

Ángelo della Corsa

 

Pedro y Ricardo Rodríguez en Le Mans, hablan con Eugenio Dragoni, manager de Ferrari. Pedro ve a la cámara, Ricardo con su perfil izquierdo.
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